parte 1
Hay un rasgo común que tenemos los argentinos y argentinas mayores de cuarenta y cinco años. Por aterrador que pueda parecer, cuando éramos chicos, no había televisión. Y cuando digo que no había era que no había en ninguna casa de ningún barrio, de ninguna ciudad de la Argentina.
Todavía me estremece pensar que, a los seis o siete años, los únicos dibujos animados que habíamos visto eran, por ejemplo, los del cine Real. Que a los músicos y artistas había que ir a verlos al teatro. Que no existía siquiera el concepto de serie y telenovela (lo más parecido, claro, era la radionovela). Que todavía estaban en el limbo de lo posible “Ruta 66”, “Viaje a las estrellas”,“Dimensión desconocida” y “Los Simpson”. Que no se podía mirar un noticiero en
parte 2
vivo
y en directo escuchando los jadeos del
periodista.
Que no se podía conocer el fondo
del
mar por los documentales de Cousteau.
Sin
televisión, en un día de lluvia y sin poder
salir
a jugar, nos aburríamos. Como hongos
boletus.
Como Matusalén en el Día del Niño.
Como
naranjas en el Paraguay. Sólo tenía-
mos
los programas de radio, a partir de las
cinco
de la tarde y después de los deberes. Y
luego,
teníamos las historietas y los libros.
Claro
que no era fácil leer. Todavía recuerdo
a
Ramona, la señora que trabajaba en la casa
de
mis padres. Yo le pedía que me leyera el
Pato
Donald y ella apenas podía descifrar los
globos,
dejando caer gotas de saliva sobre la
historieta
por el esfuerzo de pronunciar las
palabras.
Debe haber muerto hace muchos
años,
y nunca le pude decir lo que significó
para
mí su trabajosa tarea.
Después
aprendimos a leer -en muchos
casos,
por cuenta propia- como tantos chicos
a
los que la escuela sólo les confirma lo que
ya
saben. En aquella época no había dema-
siados
libros infantiles, pero estaban la Co-
lección
Robin Hood y los libros de Editorial
Sopena.
Con las historias de Salgari, Verne,
Dumas,
Louise May Alcott y Harold Foster
recorrimos
medio mundo, desde la Edad
Media
hasta el siglo XIX.
Mientras
tanto, llegó la televisión. Y recu-
rro
a la experiencia personal porque me ayu-
da
a entender el punto de vista de los chicos.
Yo
ya había aprendido a descifrar los libros
pero
nunca sentí que hubiera ningún con-
flicto
como el que nos planteamos los adul-
tos
actualmente: televisión versus lectura. La
televisión
era simplemente la continuación
de
lo imaginario por otros medios. Iba a ver
el
Cisco Kid a la casa de los amigos del barrio
y
después pude ver Casino Philips, los pro-
gramas
de terror de Ibáñez Menta y todas las
películas
del cine nacional en el propio y fla-
mante
televisor de mis padres. Jamás se me
hubiera
ocurrido pensar que la televisión
atentaba
contra la lectura. Yo leía y miraba
televisión.
No eran actividades divorciadas
porque
de las dos extraía experiencias y co-
nocimiento
del mundo.
Cuento
todo esto porque me parece que
sólo
desde los recuerdos más íntimos se pue-
parte 3
de
afirmar que leer es importante. O que aun
mirar
televisión es importante. En realidad,
me
parece que lo importante es conocer el
mundo
e imaginar otros mundos posibles.
¿Si
no existieran los libros y la televisión, cuál
sería
nuestra visión de la vida? Apenas la de
nuestra
casa, nuestra familia y el barrio. No
existirían
para nosotros por ejemplo, los
bantúes,
los arrecifes de coral ni Bosnia. Ni la
Argentina
secreta, los tuaregs o los partidos
por
la Copa del mundo. Ni la historia de Isa-
bel
Allende sobre la muerte de su hija. Ni la
ciencia-ficción,
las novelas policiales o Ro-
lando
Rivas, taxista. Nuestra vida sería infini-
tamente
más pobre y limitada.
Creo
que, en el fondo, agradezco haber
nacido
antes de que existiera la televisión,
porque
si no, no hubiera hecho el esfuerzo de
leer
y me hubiera perdido lo que decían tan-
tos
libros maravillosos. Pero también agra-
dezco
haber vivido esta explosión de los me-
dios
de comunicación masivos. Los chicos de
hoy
se codean con personas y paisajes de ca-
si
todo el mundo. Tienen mucha más infor-
mación
que el más informado de hace trein-
ta
años. Es cierto que mirar televisión es mu-
cho
más fácil que leer, pero habría que tener
cuidado
a la hora de condenar una actividad
para
favorecer la otra.
Así
como la televisión se nutrió de la lite-
ratura
(de los melodramas salieron los tele-
teatros
y de los sainetes, los programas cómi-
cos),
quizá pueda, la literatura, realimentarse
con
lo mejor de la televisión privilegiando
ritmos
narrativos ágiles y entretenidos, temas
de
actualidad, ilustraciones de imágenes
atractivas
y búsqueda constante de nuevos
formatos.
Cuando
los docentes o editores nos senti-
mos
tentados de renegar contra la televisión,
deberíamos
recordar aquel cuento del hom-
bre
muy orgulloso de su jardín que lo encon-
tró
invadido por “dientes de león”. Recurrió
entonces
a todos los medios, pero no pudo
evitar
que se convirtieran en una plaga. Al
fin,
escribió al Ministerio de Agricultura refi-
riendo
todos sus intentos y concluyó su car-
ta
preguntando: “¿Qué puedo hacer?”.
Al
poco tiempo, le llegó la respuesta: “Le
sugerimos
que aprenda a amarlos”.
Texto tomado de Internet "Tipos de textos" documento pdf
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