martes, 17 de septiembre de 2013

¿Televisión versus lectura?





   parte 1



Hay un rasgo común que tenemos los argentinos y argentinas mayores de cuarenta y cinco años. Por aterrador que pueda parecer, cuando éramos chicos, no había televisión. Y cuando digo que no había era que no había en ninguna casa de ningún barrio, de ninguna ciudad de la Argentina.
Todavía me estremece pensar que, a los seis o siete años, los únicos dibujos animados que habíamos visto eran, por ejemplo, los del cine Real. Que a los músicos y artistas había que ir a verlos al teatro. Que no existía siquiera el concepto de serie y telenovela (lo más parecido, claro, era la radionovela). Que todavía estaban en el limbo de lo posible “Ruta 66”, “Viaje a las estrellas”,“Dimensión desconocida” y “Los Simpson”. Que no se podía mirar un noticiero en



parte 2

vivo y en directo escuchando los jadeos del
periodista. Que no se podía conocer el fondo
del mar por los documentales de Cousteau.
Sin televisión, en un día de lluvia y sin poder
salir a jugar, nos aburríamos. Como hongos
boletus. Como Matusalén en el Día del Niño.
Como naranjas en el Paraguay. Sólo tenía-
mos los programas de radio, a partir de las
cinco de la tarde y después de los deberes. Y
luego, teníamos las historietas y los libros.
Claro que no era fácil leer. Todavía recuerdo
a Ramona, la señora que trabajaba en la casa
de mis padres. Yo le pedía que me leyera el
Pato Donald y ella apenas podía descifrar los
globos, dejando caer gotas de saliva sobre la
historieta por el esfuerzo de pronunciar las
palabras. Debe haber muerto hace muchos
años, y nunca le pude decir lo que significó
para mí su trabajosa tarea.
Después aprendimos a leer -en muchos
casos, por cuenta propia- como tantos chicos
a los que la escuela sólo les confirma lo que
ya saben. En aquella época no había dema-
siados libros infantiles, pero estaban la Co-
lección Robin Hood y los libros de Editorial
Sopena. Con las historias de Salgari, Verne,
Dumas, Louise May Alcott y Harold Foster
recorrimos medio mundo, desde la Edad
Media hasta el siglo XIX.
Mientras tanto, llegó la televisión. Y recu-
rro a la experiencia personal porque me ayu-
da a entender el punto de vista de los chicos.
Yo ya había aprendido a descifrar los libros
pero nunca sentí que hubiera ningún con-
flicto como el que nos planteamos los adul-
tos actualmente: televisión versus lectura. La
televisión era simplemente la continuación
de lo imaginario por otros medios. Iba a ver
el Cisco Kid a la casa de los amigos del barrio
y después pude ver Casino Philips, los pro-
gramas de terror de Ibáñez Menta y todas las
películas del cine nacional en el propio y fla-
mante televisor de mis padres. Jamás se me
hubiera ocurrido pensar que la televisión
atentaba contra la lectura. Yo leía y miraba
televisión. No eran actividades divorciadas
porque de las dos extraía experiencias y co-
nocimiento del mundo.
Cuento todo esto porque me parece que
sólo desde los recuerdos más íntimos se pue-

parte 3
de afirmar que leer es importante. O que aun
mirar televisión es importante. En realidad,
me parece que lo importante es conocer el
mundo e imaginar otros mundos posibles.
¿Si no existieran los libros y la televisión, cuál
sería nuestra visión de la vida? Apenas la de
nuestra casa, nuestra familia y el barrio. No
existirían para nosotros por ejemplo, los
bantúes, los arrecifes de coral ni Bosnia. Ni la
Argentina secreta, los tuaregs o los partidos
por la Copa del mundo. Ni la historia de Isa-
bel Allende sobre la muerte de su hija. Ni la
ciencia-ficción, las novelas policiales o Ro-
lando Rivas, taxista. Nuestra vida sería infini-
tamente más pobre y limitada.
Creo que, en el fondo, agradezco haber
nacido antes de que existiera la televisión,
porque si no, no hubiera hecho el esfuerzo de
leer y me hubiera perdido lo que decían tan-
tos libros maravillosos. Pero también agra-
dezco haber vivido esta explosión de los me-
dios de comunicación masivos. Los chicos de
hoy se codean con personas y paisajes de ca-
si todo el mundo. Tienen mucha más infor-
mación que el más informado de hace trein-
ta años. Es cierto que mirar televisión es mu-
cho más fácil que leer, pero habría que tener
cuidado a la hora de condenar una actividad
para favorecer la otra.
Así como la televisión se nutrió de la lite-
ratura (de los melodramas salieron los tele-
teatros y de los sainetes, los programas cómi-
cos), quizá pueda, la literatura, realimentarse
con lo mejor de la televisión privilegiando
ritmos narrativos ágiles y entretenidos, temas
de actualidad, ilustraciones de imágenes
atractivas y búsqueda constante de nuevos
formatos.
Cuando los docentes o editores nos senti-
mos tentados de renegar contra la televisión,
deberíamos recordar aquel cuento del hom-
bre muy orgulloso de su jardín que lo encon-
tró invadido por “dientes de león”. Recurrió
entonces a todos los medios, pero no pudo
evitar que se convirtieran en una plaga. Al
fin, escribió al Ministerio de Agricultura refi-
riendo todos sus intentos y concluyó su car-
ta preguntando: “¿Qué puedo hacer?”.
Al poco tiempo, le llegó la respuesta: “Le
sugerimos que aprenda a amarlos”.

Texto tomado de Internet "Tipos de textos" documento pdf

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